Las raíces del fundamentalismo en Puerto Rico

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Dra. Helen Santiago

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La Biblia en manos puertorriqueñas

En un vistazo retrospectivo hacia medio siglo de distribución de la Biblia en Puerto Rico, el sub agente de la Sociedad Bíblica Americana (SBA) y ministro presbiteriano Miguel A. Valentine afirmó que Puerto Rico, proporcionalmente, se mantenía a la vanguardia en América Latina. Lo atribuyó sobre todo a que “la obra evangélica en Puerto Rico estaba basada en la Biblia.” Añadió que “líderes y miembros de iglesias eran todos activos propagandistas de la Palabra de Dios.”1

Puerto Rico se hizo parte de una tradición protestante cuyo pilar es la Biblia. Esa tradición nació con la Reforma luterana en el siglo 16. De los cinco solas o doctrinas básicas del luteranismo, el primero es la sola scriptura o “solo por medio de la Escritura”. En la evangelización protestante de la América hispana católica, la Biblia cobró una importancia singular. El teólogo argentino, José Míguez Bonino señaló el gran énfasis en el estudio de la Biblia debido a la polémica anticatólica. Calificó la Biblia como un “arma” de evangelización.2 Si ese pilar y “arma” asumió dimensiones magnificadas en Puerto Rico quizás algo tuvo que ver con lo dicho por un sacerdote que llegó luego de la invasión americana de 1898: “Puerto Rico es un país católico sin religión.”3 Habría que añadir que, en un período inicial, todo lo americano fue recibido como bueno, incluyendo su religión.4

Una y otra vez, desde los inicios del protestantismo americano en Puerto Rico, emerge la centralidad de la Biblia en la evangelización. No fue raro que los primeros misioneros llegaran con años de experiencia en América Latina. A su llegada a Puerto Rico en 1901, el misionero presbiteriano Judson L. Underwood —que previamente había estado en Brasil— no cesaba de asombrarse del fervor con que los puertorriqueños abrazaron el evangelio y, más específicamente, la Biblia. Underwood fue asignado a Aguadilla, donde ya había constituida una congregación con 70 miembros que provenían de un grupo clandestino bajo el gobierno español, carente de libertad de culto. Se llamaban Los Bíblicos, pues se habían convertido mediante la lectura de una Biblia que el comerciante danés Gheligher le había obsequiado al agricultor Antonio Badillo varias décadas antes.5 En su primer informe Underwood comentó:

Cuando el misionero no puede estar con ellos, y en esa ocasión se reúnen ellos mismos, y con otros vecinos para el estudio de la Biblia y para orar. Varios de ellos son dotados de la oración. El último domingo, se me dijo, catorce de ellos se juntaron y leyeron todo el libro de Gálatas y 1Timoteo, haciendo, de vez en cuando, comentarios y explicaciones por los más instruidos del grupo.6

En 1907 el ministro presbiteriano José A. Lopez calificó a la lectora bíblica como “la pieza más importante en el mecanismo de la obra misionera”.7 La lectora, que estaba imposibilitada de predicar por normas sociales y eclesiales, visitaba los hogares, leía la Biblia y daba algunas explicaciones. En Puerto Rico, como en toda América Latina, la religión era considerada asunto de mujeres.8 Puesto que la mujer era literalmente “de la casa”, la Biblia era llevada a su morada. Siendo común que, debido al analfabetismo de más de 80%, la gente estaba ávida de escuchar lo que decía el más mínimo pedazo de papel, ¡cuanto más interés no había en escuchar lo que tenía que decir la Biblia! Tanto fue ese interés, observado por el misionero Edward Odell, que lo recordó en sus memorias: “Los tratados repartidos en la clínica presbiteriana en San Juan eran atesorados. Eran llevados al hogar para leer, pues muchos eran analfabetas.”9

Tal parece que subsanar la abismal brecha entre el creyente y la Biblia, creado por el catolicismo romano, suscitaba profunda reverencia y conmoción. Era allegarse a lo sagrado sin la acostumbrada intervención de intermediarios. El primer agente de las Sociedad Bíblica Americana, Andrew McKim, llegó a Puerto Rico en diciembre de 1898, a dos meses de haberse izado la bandera americana en San Juan. Tenía casi tres décadas de experiencia en América Latina. Durante la semana distribuía Biblias durante seis horas diarias y los sábados ofrecía dos clases. McKim escribió sobre el efecto que tuvieron sus enseñanzas bíblicas: “Esto es una doctrina nueva aquí y toca un filamento muy profundo en el corazón humano.”10 Un sentimiento parecido expresaría quien luego fue primera dama, Inés Mendoza (n.1908), sobre el primer contacto con la Biblia en su pueblo natal de Naguabo siendo una niña. Su madre le había prohibido pararse frente el templo evangélico, pero pudo más la curiosidad por ver un árbol navideño con luces a colores. Sobre ese primer encuentro dijo: “Vi la primera Biblia, escuché el primer Salmo desde la acera. Estaba conmovida.”11

McKim tuvo la satisfacción de informar a sus superiores: “Una señal de los tiempos es ver  mujeres, niños y aún hombres, leyendo alegremente el Evangelio en las puertas de sus casas, casi de la misma manera como nosotros leemos el periódico.”12 Poco después de comenzada la labor de la SBA hubo una docena de distribuidores —llamados colportores—, ofreciendo la Biblia, el Nuevo Testamento, literatura y tratados a miles de hogares. A falta de caminos empedrados y de puentes entre los pueblos, vadeaban pantanales y ríos crecidos. También vadeaban la férrea oposición de la Iglesia Católica.

No mucho después de iniciarse la distribución en Puerto Rico, hubo puertorriqueños distribuyendo Biblias en República Dominicana, Cuba y las islas del Este. El crecimiento extraordinario del protestantismo eventualmente haría innecesario depender de colportores pues en cada pueblo hubo una iglesia evangélica y ella se encargaba de la distribución. La Biblia llegó a ser la posesión más anhelada del creyente. Con inmenso sacrificio y frecuentemente pasando hambre, se juntaba centavo a centavo para adquirirla. Nada podía ser motivo de mayor orgullo que alzar una Biblia cuando se contaban al comenzar cada escuela dominical. En el futuro el  problema llegó a ser la escasez de Biblias para su distribución.

Pero mucho más abarcador que la distribución de Biblias a un sector minoritario alfabetizado,  fue alfabetizar las masas para que pudieran leerla. Prácticamente todas las sociedades misioneras —y llegó a haber 17 simultáneamente— se dieron a la empresa de alfabetizar. Las iglesias Congregacional y Metodista fueron las más agresivas. Cada pastor era un maestro. El metodista Justo Pastor Santana narró en sus memorias que al llegar al barrio Ángeles de Utuado abrió una escuela —que entonces significaba un maestro y sus alumnos— con 78 alumnos de día y 40 adultos de noche. Con gran alborozo rememoró: “Aquellas clases daban gozo y alegría, pues además de enseñar las asignaturas ordinarias, enseñaba libremente las Sagradas Escrituras.”13 Por mucho que la educación fuera un medio de asimilación cultural a la nueva metrópoli, evangelizar fue su objetivo. En los barrios donde todavía no llegaba la educación pública, muchas de las escuelas establecidas por las misiones eventualmente pasaron a ella.

La interpretación bíblica

La Biblia se leía literalmente. Por oscuros que parecieran algunos pasajes, el texto se aprehendía sin el “atrás (marco histórico y social) sin el “en” (tejido literario) y sin el “delante” (autonomía de un nuevo contexto), al decir del exégeta y teólogo argentino Severiano Croatto.14 Los misioneros, que frecuentemente ostentaban una sólida preparación bíblica de los mejores seminarios norteamericanos, apenas ofrecieron otra cosa que no fueran doctrinas básicas a un público analfabeta o con una formación en gran medida autodidacta.

Pero tarde o temprano los ministros puertorriqueños se confrontarían con la teología moderna y  el racionalismo. Todo tiende a indicar que hubo un rotundo rechazo. Al escribir sus memorias en 1920, el pastor Santana afirmó: “Como yo no soy un modernista, ni lo seré nunca, soy un predicador sencillo del Evangelio puro de Jesucristo.”15 Demás está añadir que la pureza del evangelio era creer la Biblia tal y como está escrita, literalmente. Abelardo Díaz Morales, que anterior a ser pastor bautista, había sido maestro, y era considerado uno de los principales líderes protestantes, fue escueto al suscitarse una polémica con la visita de Juan Orts González a Puerto Rico: “La Biblia es el principal instrumento de la conversión y edificación de las almas.”16

La visita de Orts González en 1922 causó alarma. Orts era un exfraile franciscano, profesor de muchos años, un intelectual con tres doctorados. Llegó a promover el recién publicado libro del cual era coautor, Notas explicativas de la Escuela Dominical. Fue publicado por la Sociedad Americana de Tratados de Nueva York y recomendado por el Comité de Literatura Cristiana para la América Latina. Formaba parte de ese comité Samuel Inman, reconocido ministro de los Discípulos de Cristo, y que había sido misionero en México por 10 años. El libro sería utilizado por cientos de maestros de las clases dominicales. La Alianza Cristiana y Misionera, fundada y dirigida por el exsacerdote puertorriqueño, Ángel Villamil —el ministro evangélico puertorriqueño con mayor preparación académica—, prohibió su uso. Objetó la ausencia de una postura firme a favor de una plena inspiración divina de la Biblia, o peor, una negación de la inspiración. Argumentó que contenía “mala doctrina con repetidas interpretaciones racionalistas”. Los metodistas se dolieron de los reportajes publicados en los periódicos seculares sobre “la gran división del protestantismo” para “beneficio de los romanistas”.17

El famoso “juicio del mono Scopes”, efectuado en Dayton, Tennessee, en 1925, repercutió en Puerto Rico. Se trató de un reto a una ley estatal que prohibía enseñar la teoría de la evolución en las escuelas. El proceso mantuvo en vilo una audiencia nacional, pendiente de cada argumento o declaración de los dos célebres abogados de las partes, prestos a competir por la opinión pública. Otros 26 estados adoptaron leyes similares a la de Tennessee.

El asunto sobre la evolución impulsó lo que parece ser el primer uso en Puerto Rico del término fundamentalista. Este término fue acuñado en Estados Unidos a fines del siglo 19 frente a la teología moderna que negaba lo sobrenatural de la Biblia. Las 5 doctrinas identificadas como fundamentales fueron: la infabilidad de la Biblia, el nacimiento virginal de Jesús, su muerte expiatoria, su resurrección y la veracidad de sus milagros. Varias denominaciones tomaron medidas para atajar la teología moderna. Un comité de la Iglesia Metodista recomendó en su siguiente asamblea enfatizar la enseñanza de “las doctrinas fundamentales de la iglesia”.18 Los aliancistas le cambiaron el nombre a su revista, de El Misionero a El Fundamentalista.19 Una asamblea anual de los bautistas aprobó por unanimidad que esa revista fuera su órgano oficial.20

Por los siguientes años el misionero bautista Stephen S. Huse afirmó el fundamentalismo: “Somos bautistas, fundamentalistas y evangélicos”.21 Resuelto, en 1926 Huse fundó una escuela en Barranquitas. Explicó sus razones: “Pensé que sería bueno poseer una escuela bajo nuestro propio dominio. Los bautistas aquí son fundamentalistas, y no todas las demás denominaciones lo son, así pues, la escuela nos ofrece oportunidad de enseñar las doctrinas fundamentales […].” Su objetivo ulterior fue preparar estudiantes para el ministerio. (La Academia Bautista pasó a ser un campus de la Universidad Interamericana.)

Los bautistas estaban en medio de un despertar iniciado con la visita del misionero británico Fred Peters en 1925. El pastor bautista de Cayey, Rafael Landrón Landrón, uno de los más connotados ministros de Puerto Rico, explicó la diferencia entre Peters y sus predecesores intelectuales: “La predicación de Mr. Peters no consiste en multitud de palabras, sino en poder del Espíritu Santo. Saturando el ambiente y contagiando a todos del mismo entusiasmo que tienen ellos. Nunca antes llegó a nuestras playas ningún evangelista de más amor a las almas perdidas que este, ni con el cual nuestro pueblo simpatizara tanto, ni personas más sencillas y honestas en todo.”22 (El plural se refiere a la esposa e hijo de Peters.) Ya se estaba asomando en la década del ʹ20 los significativos cambios en las creencias y la adoración de los evangélicos que la historiografía protestante ha atribuido a la debacle económica de los años ‘30. Solo faltaba que se debilitara el control que tenían los misioneros americanos para que asomara la subyacente cultura religiosa puertorriqueña. No era difícil para los puertorriqueños creer en la dirección del Espíritu y en la sanidad divina. La creencia en lo sobrenatural era parte intrínseca de una cultura con mucho catolicismo popular y con mucho más espiritismo. A petición de los bautistas, Peters regresaría a Puerto Rico unos meses antes del paso del huracán San Felipe en 1928, y nuevamente en 1929.

Desde muy temprano los bautistas se perfilaron como conservadores junto a los aliancistas. Solo tanteando se unieron a los esfuerzos interdenominacionales. Tardaron en hacerse miembros de la Federación de Iglesias Evangélicas de Puerto Rico; tardaron en unirse a la revista interdenominacional fundada en 1912, el Puerto Rico Evangélico (PRE) y solo lo hicieron cuando su ministro Abelardo Díaz Morales fue nombrado director. Sus reparos le valieron el curso de Nuevo Testamento al crearse el Seminario Evangélico en 1919.

La Iglesia de Dios Pentecostal, que estaba en vías de convertirse en la denominación más numerosa a pesar de haber llegado a más de tres lustros de las iglesias históricas, respondió de la única forma que sabía: con el testimonio de milagros. El presidente Juan L. Lugo siguió la pauta de su afiliada en los EE.UU., las Asambleas de Dios. En 1926 el editor de la revista de las Asambleas, Stanley H. Frodsham, publicó With Signs Following. The Story of the Pentecostal Revival in theTwentieth Century. Con inmenso esfuerzo y limitaciones, sin contar con una educación en español y solo cuatro grados en inglés, Lugo hizo una traducción autorizada. Vendió su residencia para poder publicar en 1928 Con señales siguiendo:la historia del presente avivamiento pentecostés.23

“Biblismo fundamentalista”

Cual no sería la sorpresa de misioneros y ministros cuando el nuevo profesor bautista de Nuevo Testamento que llegó al Seminario en 1931, Aaron Webber, resultó ser de tendencia teológica liberal. Algunas de sus aseveraciones alarmaban a sus estudiantes pues cuestionaba la veracidad de los milagros registrados en la Biblia. Las quejas sobre Webber subieron de tono a tal punto que en 1935 el supervisor bautista de América Latina, Charles Detweiler le escribió una carta en la que, entre cosas, le recomendó que se compenetrara con las principios teológicos de Karl Barth. También le dijo: “Nuestra gente en América Latina se preocupa en gran manera por la autoridad de las Sagradas Escrituras porque la Biblia es lo único que tiene para oponerse a las enseñanzas de Roma.”24

La llegada de Webber coincidió con la salida a Nueva York del pastor de la Iglesia Bautista de Caguas, la más numerosa de la denominación. Un joven de su iglesia se había mudado a esa ciudad y le envió una revista que reseñaba una campaña del evangelista pentecostal mexicano Francisco Olazábal allí. Rosario quiso presenciar los milagros que negaba Webber y que había aprendido de sus mentores misioneros que habían cesado con la iglesia novotestamentaria. Finalizó sus primeras impresiones al llegar al auditorio: “El Espíritu de Dios se manifestaba de manera tan elocuente y positiva que había en un rincón un montón de bastones, muletas, artefactos ortopédicos, sillones [de rueda], etc.”25

Antes de cumplirse los dos años de la llegada de Webber irrumpió un avivamiento entre los Discípulos de Cristo que transformó el protestantismo de Puerto Rico. La historia del avivamiento del `33 escrita por Krenly Cruz Medina más parece una lectura de ficción que una historia real. Fueron prolíferas las espectaculares sanidades, milagros y señales.26 El efecto inmediato del avivamiento fue el crecimiento en membresía de los Discípulos, tres veces mayor que la denominación que le siguió.27 Los misioneros de todas las denominaciones se esforzaron  y, en buena medida, lograron detener el movimiento.28

El avivamiento se convirtió en algo más allá que una experiencia espiritual. El ministro e historiador de los Discípulos, Joaquín Vargas, habló de que los líderes nacionales se negaron a “rescindir en momento alguno al derecho a que en Puerto Rico se tuviera una iglesia de contornos autóctonamente boricuas”. En términos similares se expresó el ministro Luis del Pilar Piñero en sus memorias: “[Fue] nuestra declaración de independencia teológica-cultural y el reencuentro de nuestras raíces puertorriqueñas. […] El espíritu latino y caribeño no cabía en los moldes de la rigidez anglosajona y que el pueblo puertorriqueño tenía la sensibilidad propia y manera particular de expresar su fe, genio, la iniciativa y el fervor puertorriqueño hacían milagros.29

Bajo las formalidades litúrgicas y los credos importados por los misioneros americanos, latía una iglesia a la espera de liberar sus propias creencias y expresiones. A tono con la realidad histórica puertorriqueña, tomó la fuerza de la indisputable autoridad del Espíritu para romper con el molde extranjero. El avivamiento sirvió para desvestir el evangelio del ropaje cultural con el que había llegado. Los esfuerzos de americanización dentro del protestantismo, tan acertadamente comprobados por Samuel Silva Gotay, apenas rasguñaron la superficie de la cultura. Los puertorriqueños no dejaron de creer en lo sobrenatural, en la Biblia tal como está escrita, y quisieron adorar a Dios a su manera. El llamado “retroceso” de “iglesia a secta” fue en realidad  el desprendimiento de un carapacho extranjerizante y el florecimiento de una iglesia autóctona. Las iglesias evangélicas daban la apariencia de ser parte de una sociedad moderna, liberal, secular y urbana (la sociedad del misionero-pastor americano), pero en su interior latía una feligresía de una sociedad conservadora, rural, pobremente educada, creyente en lo sobrenatural y muy expresiva. Solo restaba la repatriación de los misioneros americanos para que emergiera el verdadero carácter de la misma.

Sin que mediara coordinación alguna, el avivamiento de los Discípulos fue reforzado por una explosiva campaña evangelística en 1934. Por primera vez reportajes sobre los evangélicos llegaron a las portadas de los periódicos con grandes titulares. Francisco Olazábal llegó a Puerto Rico invitado por el ministro aliancista Juan Francisco Rodríguez, representante del Movimiento Defensores de la Fe (o Defender’s Faith Movement), una asociación de evangelistas americanos opuestos a la enseñanza de la teoría de la evolución en las escuelas públicas y a la eliminación de La Prohibición (de la venta y consumo de alcohol).

Las resoluciones de la asamblea anual bautista de 1933 tienen el sello del avivamiento: “[Q]ue se intensifique en nuestras iglesias el estudio de la Biblia y se insista más en la práctica de la oración” y “que se tomen medidas para evitar que personas no evangélicas usen nuestros púlpitos en calidad de oradores sagrados.”30 En su último mensaje como misionero en Puerto Rico ya entrados los `40, y al cumplir 24 años de servicio, George A. Riggs dio las razones que explicaban por qué la iglesia bautista se había convertido en la más numerosas entre las históricas: permanencia de una doctrina conservadora, aceptación de la Biblia como Palabra de Dios, predicación del nuevo nacimiento, rechazo del modernismo…, entre otras.31

El historiador de la Alianza Cristiana y Misionera, el misionero alemán Karl Westmeir, concluyó su obra diciendo: “Fue este ‘biblismo fundamentalista’ el que llegó a ser el distintivo de la identidad evangélica autóctona de Puerto Rico.”32

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1 Wilfredo Estrada Adorno, Cántico borincano de esperanza: historia de la distribución de la Biblia del 1898-1998

(San Juan: por el autor, 2000), p. 129.

2 José Míguez Bonino, Los rostros del protestantismo latinoamericano (Buenos Aires y Grand Rapids: Nueva Creación y William B. Eerdmans Publishing House, 1995), p. 38.

3 Charles S. Detweiller, The Waiting Isles. Baptist missions in the Caribbean (Philadelphia: The Judson Press, c1930), p23. Las traducciones son de la autora.

4 Donald Moore, Puerto Rico para Cristo (México: CIDOC, 1969), Pt. 6, pp. 4-5.

5 Edward A. Odell, It Came to Pass (New York: Board of National Missions, 1952), p.13.

6 José Aracelio Cardona, Breve historia de la Iglesia Presbiteriana en Puerto Rico (Río Piedras: 1976), p 22.

7 Ángel Santiago-Vendrell, “Give Them Christ: Native Agency in the Evangelization of Puerto Rico, 1900 to 1917”

Religions 12:196; https://doi.org/10.3390/rel12030196.

8 Webster E. Browning, Roman Christianity in Latin America (New York: Fleming H. Revell Co., 1924), p.16.

9 Odell, It Came, 21.

10 Estrada, Cántico, 47.

11 Elisa Julián de Nieves, Elisa. The Catholic Church in Colonial Puerto Rico (Río Piedras: Editorial Edil, 1982), p. 237.

12 Estrada, Cántico, 41.

13 Justo Pastor Santana, Memorias. En Benjamín Santana Jiménez, Un triángulo pastoral y otros pastores y hechos (San Juan: Iglesia Metodista,1992), p. 16.

14 Citado en Ediberto López, Exégesis en el Nuevo Testamento (Río Piedras, P.R.: Seminario Evangélico de Puerto Rico, 2002).

15 Santana, Memorias, p.25

16 Abelardo Díaz Morales, “La evangelización en la escuela bíblica” Puerto Rico Evangélico (10/agosto/1923), p. 4

17 Archivo Histórico del Protestantismo Puertorriqueño (AHPP), Serie: Denominaciones históricas (SDH), Iglesia Metodista Episcopal, Anuario 1911-1920, 1923: p. 37).

18 AHPP, SDH, Iglesia Metodista Episcopal, Anuario 1911-1920, 1926: 50

19 Westmeier, El dolor, 117.

20 AHPP, SDH, Iglesias Bautistas, Actas de la Asociación de Iglesias Bautistas, 1921-1942; 1930: p. 24.

21 Ángel Mergal, Un hidalgo iluminado: Esteban S. Huse (Barranquitas, PR: por el autor, 1939), p. 22.

22 Rafael Landrón Landrón, “Fructífera campaña evangelizadora en Cayey dirigida por la familia Peters”,

PRE (27/abril/1929), p. 8.

23 Juan L. Lugo, Pentecostés en Puerto Rico o la vida de un misionero (San Juan: Puerto Rico Gospel Press, 1951), p. 86.

24 Westmeier El dolor, 134.

25 Roberto Domínguez, Pioneros de pentecostés (Miami: Editorial Clie, 1990), p. 275.

26 Krenly Cruz Medina, El avivamiento del ´33 (Vega Alta, Puerto Rico: 2003).

27 AHPP, SEPR, Foster Stockwell y Lynn Leavenworth, Evangelical Seminary of Puerto Rico. An Appraisal (1955), Table # 4: Total Membership of Churches in Puerto Rico.

28 Helen Santiago, El pentecostalismo de Puerto Rico: al compás de una fe autóctona (1916-1956) (por la autora: 2015), pp. 173-179

29 Luis del Pilar. Lo hizo él (Bayamón: Impresos Quintana, 1999), p. 4.

30  AHPP, SDH, Iglesias Bautistas, Actas 1929-1942; año 1933, p. 19.

31 AHPP, SDH, Iglesias Bautistas, Caja: Reseñas y memorias, George A. Riggs, “Vigésimo quinto y último mensaje anual a la Convención de las Iglesias Bautistas de Puerto Rico, 1943, p. 2.

32 Westmeier, El dolor, 134.