Martin Luther King Jr. en Puerto Rico

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Dr. Luis Rivera-Pagan

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“¿De qué sirven nuestros pensamientos, la mano, la pluma y el papel si con ellos no defendemos a los que desaparecen, a los oprimidos, a los que luchan, a los torturados?”

Elena Poniatowska

Las indómitas (2016)

King en Puerto Rico, febrero de 1962

En febrero de 1962 el capítulo puertorriqueño de la Fraternidad de Reconciliación (Fellowship of Reconciliation) invitó a Martin Luther King, Jr., a dar conferencias en el recinto de San Germán de la Universidad Interamericana, en el contexto de la celebración de los cincuenta años de esa institución universitaria. Esa Fraternidad se fundó en los inicios de la primera guerra mundial como expresión de la corriente pacifista de algunas iglesias cristianas. Durante más de un siglo se ha dedicado con tesón a promover procesos de entendimiento y reconciliación para resolver agudos conflictos internacionales. Su capítulo puertorriqueño había protestado contra la imposición del servicio militar obligatorio a los jóvenes de nuestra patria. Desde los inicios del reto frontal dirigido por King al sistema de segregación racial entronizado por la legalidad sureña, recibió el apoyo constante de la Fraternidad de Reconciliación.

Las conferencias de King en Puerto Rico se centraron sobre la no-violencia como la estrategia adecuada para lidiar con la arraigada tradición racista en los Estados Unidos. Como era habitual en él, King fundamentó esa resistencia civil pacífica, primero, en su manera de entender el evangelio cristiano y, segundo, en la tradición, que tanto valoraba, de Mahatma Gandhi. Defendió la desobediencia civil como instrumento para apelar a la conciencia humana sobre las injusticias registradas en ciertos códigos legales y la necesidad de abrogar las leyes racialmente discriminatorias. Además, otro tema fundamental en su concepción ética, recalcó la apertura constante a la posibilidad de la reconciliación. Fue una inspiración teórica y moral que cristalizó en el famoso discurso de 1963 en Washington, DC, frente a la inmensa estatua en honor a Abraham Lincoln. También King señaló la cruel e injusta marginación de las comunidades en extrema pobreza y el proceso de descolonización que acontecía sobre todo en África. Discrimen racial, pobreza y coloniaje: tres manifestaciones, muchas veces ligadas, de la opresión que sufren millones de seres humanos.

Sus conferencias en San Germán giraron alrededor de dos ejes principales: las escrituras sagradas judeocristianas y los documentos fundantes de su nación. Como ministro y teólogo cristiano, sus charlas resonaban con referencias bíblicas. King citaba continuamente desafiantes textos de profetas y de los evangelios. Algunos procedían del caudal profético de denuncia social ante la injusticia, como aquél de Jeremías quien a un monarca explotador le dice en nombre del Dios todopoderoso: “Juzgar la causa del pobre y del indigente… 
¿No es eso conocerme? Pero tú no tienes ojos ni corazón más que para tus ganancias… para practicar la opresión y la violencia” (Jeremías 22: 16-17) o la filípica airada de otro profeta, Isaías, que con vigor exclamó ante los gobernantes de su país, “¡Ay de los que promulgan decretos inicuos y redactan prescripciones onerosas,
 para impedir que se haga justicia a los débiles 
y privar de su derecho a los pobres de mi pueblo… ¿Qué harán ustedes el día del castigo…?
 ¿Hacia quién huirán en busca de auxilio y dónde depositarán sus riquezas?” (Isaías 10: 1-3). Otras referencias bíblicas aludían al ideal del amor universal, pacífico y reconciliador, promulgado por Jesús en el sermón del monte narrado en el quinto capítulo del evangelio según Mateo (el cual impresionó tanto a León Tolstoi, a quien King también admiraba, que concluye su novela Resurrección citándolo).

Uno de los textos bíblicos predilectos por King, quien lo citó en varios de sus más famosos discursos, proviene de Isaías – “Todo valle sea alzado y bájese todo monte y collado! ¡Que lo torcido se enderece y lo áspero se allane! Entonces se manifestará la gloria de Dios y toda carne juntamente la verá” (Isaías 40: 4s). En la palabra de sucesivas generaciones de predicadores negros, ese texto connotaba veladas insinuaciones subversivas, de humillación de los poderosos y exaltación de los menospreciados. La insinuación era obligatoriamente sutil y disimulada, en un lenguaje ambiguo entendible únicamente por quienes sufrían las injusticias de la esclavitud o el racismo pero no por los siempre recelosos oídos blancos. En los discursos y sermones de King, paradójicamente, la utopía de la equidad social se despojaba de todo disimulo pero a la vez se enlazaba con el llamado evangélico a la hermandad universal del amor.

Por otro lado, King se refugiaba, para ampliar el horizonte social secular de sus reclamos, en los documentos fundantes de los Estados Unidos – la declaración de independencia y la constitución. El objetivo era crear un puente entre los reclamos éticos de la tradición judeocristiana y la teórica igualdad jurídica de toda la ciudadanía. Intentaba así forjar cierta desafiante armonía de esas dos lealtades diversas, lo cual, empero, no alcanzaba a ocultar ni eliminar las tensiones a flor de piel entre los reclamos de un nacionalismo a ultranza y un cristianismo receloso de la mundanalidad política patriotera. La resistencia no-violenta, insistió King, no era una mera táctica. Representaba un modelo de vida individual y colectiva en pleno respeto a la integridad de la existencia humana.

Esas charlas de King son significativas para calibrar su desarrollo personal ya que presagiaron el inicio de un cambio en la conciencia social del líder integracionista afroamericano. Mientras lograba victorias importantes en el desmantelamiento del segregacionismo social sureño legalmente validado y era apoyado por la administración del Presidente Kennedy, King, lenta y gradualmente, dirigía su atención al contexto internacional de los conflictos entre movimientos de liberación anticolonial y la represión imperial. El momento no podía ser más pertinente ni arriesgado: ocurría justo cuando el gobierno de Kennedy comenzaba a diseñar una política anti-insurreccional, bajo la peculiar teoría de la “caída de los dominós”, que conduciría fatalmente a la catástrofe de Vietnam.

En sus conferencias de 1962, primero en San Germán y luego en el Seminario Evangélico de Puerto Rico,  se vislumbraba ya la disposición de King a asumir posturas críticas contra la inclinación de naciones como la suya a resolver militarmente complejos conflictos políticos internacionales. Al buen observador, o más bien oidor atento, no podían escapársele los despuntes en el pensamiento de King de una censura radical a la militarización de la política exterior norteamericana. Quienes se sorprendieron pocos años después al King desarrollar con vigor y madurez conceptual esa crítica, evidentemente no habían prestado atención a las señales que la presagiaban. Algunas de ellas comenzaron a mostrarse en Puerto Rico.

El teólogo cubano-americano Justo L. González, a la sazón profesor del Seminario Evangélico de Puerto Rico, fue traductor de esas charlas y ha escrito un hermoso ensayo sobre esa experiencia en el cual afirma lo siguiente: “… el sueño [de King] era mucho más vasto que lo que yo había imaginado y su lucha mucho mayor que lo reconocido por la prensa. El sueño no versaba únicamente sobre la muy merecida vindicación del esclavizado pueblo africano norteamericano. El sueño era también sobre la liberación de todos los pueblos esclavizados y oprimidos en cualquier lugar del mundo… El sueño era sobre justicia, justicia para todos, justicia que se funda sobre el amor y abraza la paz.”

King en Puerto Rico, agosto de 1965

La segunda visita de King a Puerto Rico tuvo lugar en agosto de 1965. Se celebraba en San Juan la séptima asamblea de la convención mundial de las Iglesias de Cristo (Discípulos de Cristo). Fue invitado a predicar en uno de los actos finales del evento, un culto mayor el sábado 14 de agosto, en uno de los estadios deportivos principales del país. Gracias a su otorgamiento, en 1964, del premio Nobel de la Paz King se había convertido en una figura de amplio reconocimiento internacional. En esos momentos iniciaba una campaña, cónsona con el llamado “evangelio social” del protestantismo liberal norteamericano, dirigida a aliviar la creciente disparidad entre ricos y pobres en los Estados Unidos. King se había convencido que el cumplimiento de su sueño de una nación igualitaria y solidaria exigía superar, además de la segregación racial, la fragmentación social entre quienes disfrutan de todo tipo de abundancia y quienes a duras penas se esfuerzan por sobrevivir.

Su lucha por la integración racial se convertía en una más ardua y compleja: superar las enormes desigualdades socioeconómicas que marcan las distancias al interior de la ciudadanía. No se le ocultaban a King las frecuentes coincidencias entre quienes padecen ambos discrímenes, el racial y el económico, pero era también evidente su deseo de crear alianzas multiétnicas en la aspiración de un orden social de mayor equidad y solidaridad. Tampoco se le escapaba el malestar que ese giro provocaba en ciertas capas dirigentes de su nación. Una cosa, pensaban éstas, es el esfuerzo integracionista, otra es una agitación que fácilmente podía confundirse con la temida lucha de clases preconizada por marxistas. King no era ingenuo; víctima de diversos atentados a su vida y encarcelado en varias ocasiones, conocía muy bien los repudios violentos que en ciertos corazones provocaban sus palabras y acciones. Ese fue el Martin Luther King Jr., inclaudicable ante el peligro, que predicó, con su acostumbrado vigor profético, ante un estadio sanjuanero el sábado 14 de agosto de 1965.

Otra de las actividades de King en esa ocasión comenzó a marcar una decisiva ruptura con las autoridades políticas de su país, la cual inflamaría el encono y la hostilidad de los sectores más nacionalistas de los Estados Unidos y culminaría, el 4 de abril de 1968, en su martirio. Me refiero a una charla que dictó, en ese agosto de 1965, en el Seminario Evangélico de Puerto Rico. Esa plática fue una de las primeras ocasiones en que King comenzó a tejer una crítica honda y radical a las acciones militares norteamericanas en Vietnam, cuando todavía la mayor parte del pueblo estadounidense las apoyaba.

Para quienes estuvimos presentes esa mañana en la capilla del Seminario Evangélico las palabras del predicador afroamericano fueron una sorpresa. Esperábamos que hablase sobre la lucha de los derechos civiles de los afroamericanos, de las hondas desigualdades socioeconómicas al interior de su nación y de la desobediencia civil como estrategia de resistencia y lucha. El tema crucial, sin embargo, fue otro: Vietnam. Esbozó argumentos críticos que madurarían posteriormente en su famoso discurso del 4 de abril de 1967 en la Iglesia Riverside de Nueva York (en mi opinión, su discurso/sermón de mayor profundidad y alcance). A saber: en la guerra de Vietnam los Estados Unidos se aliaban con los sectores más represivos y reaccionarios de esa nación asiática, sus acciones militares infligían un inmenso daño a la población civil vietnamita, laceraban el prestigio norteamericano y conllevaban un sacrificio humano considerable precisamente de los sectores sociales estadounidenses que preocupaban prioritariamente a King, negros y pobres.

Cuestionado y disputado en la sesión de preguntas y respuestas, King respondió con mucho ánimo, revelando, al menos para el oyente alerta, que en el agudo conflicto vietnamita, sus simpatías se inclinaban a la lucha de ese pueblo por su reunificación nacional y liberación de todo dominio imperial foráneo.

Ya no había vuelta atrás. En octubre de ese mismo año, 1965, un centenar de clérigos, entre ellos King, se reunieron en Nueva York para fundar una organización que terminaría nombrándose Clergy and Laymen Concerned About Vietnam (CALCAV). El gran predicador afroamericano se convirtió en uno de los portavoces de la resistencia de diversos sectores norteamericanos a las acciones militares de su nación en Vietnam. Y uno de los primeros lugares donde se asomó públicamente esa postura crítica fue en agosto de 1965, en Río Piedras, Puerto Rico.

En su último sermón dominical, predicado el domingo previo a su asesinato, en la prestigiosa Catedral Nacional de la Iglesia Episcopal en Washington, D. C., santuario predilecto de presidentes, senadores y congresistas, afirmó tajantemente sobre la guerra de su nación en Vietnam: “Estoy convencido de que es una de las guerras más injustas en la historia del mundo.”

Después de la derrota de los Estados Unidos en Vietnam, en la primavera de 1975, proliferaron las auto-críticas publicadas a posteriori por algunos de los arquitectos de la trágica intervención militar norteamericana en Indochina y sus falaces legitimaciones ideológicas. Prominente en este renglón de contrición fuera de tiempo es el libro de Robert S. McNamara, In Retrospect: The Tragedy and Lessons of Vietnam. Sin embargo, la apología de McNamara, como la de muchos de sus colegas, tiene que ver más bien con las aflicciones estadounidenses en la infortunada guerra de Vietnam, dejando a un lado las víctimas principales de ese conflicto: los vietnamitas.

Es notable la diferencia con King quien, primero en agosto de 1965, en la capilla del Seminario Evangélico de Puerto Rico, y luego en su famoso discurso del 4 de abril de 1967, en la iglesia neoyorquina de Riverside, prestó especial atención a los inmensos daños que la devastación militar norteamericana causaba al pueblo vietnamita. Insistió en ambos contextos en su responsabilidad, como ser humano, como ministro cristiano y como persona galardonada por el premio Nobel de la paz, de procurar el bienestar de los más débiles y vulnerables, en este caso, los hombres, mujeres y niños de una pobre y pequeña nación que aspiraba a su independencia y unidad.

King hizo claro que no podía mantener silencio ante las devastadoras acciones militares de su propia nación, la principal potencia militar de su época, contra el pueblo vietnamita. Es significativo notar que en sus discursos y sermones sobre Vietnam, entre 1965 y 1968, hace afirmaciones sobre su deber ético como ministro cristiano que pronto serían claves para la futura teología latinoamericana de liberación: ser la voz de los débiles, los humildes, los pobres, los discriminados, las víctimas de la injusticia, los que no tienen voz (“voiceless”), y ello no por decisión propia sino por opción preferencial divina.

La suerte estaba echada. El profeta decidió proseguir su andar en un sendero tortuoso y peligroso. Y en buena medida, como tantas veces sucede en los laberínticos quehaceres humanos, la a veces áspera discusión que sostuvo sobre Vietnam, esa mañana de agosto de 1965 en el Seminario Evangélico de Puerto Rico, fortaleció su ánimo y disposición a recorrer la azarosa senda de la denuncia profética intensa y radical. Esa determinación lo condujo fatalmente al 4 de abril de 1968, cuando el amargo odio acumulado en el alma de racistas y nacionalistas estadounidenses lo inmoló en el altar del martirio. 

Permítanme concluir recomendando la lectura cuidadosa y atenta de dos excelentes libros sobre Martin Luther King, Jr. escritos por unos ilustres puertorriqueños. Primero, Venceremos: Recobro de Martin Luther King, Jr. (Cayey, PR: Mariana Editores, 2011) por el insigne William Fred Santiago; una hermosa elegía en honor a King, en la que sutilmente evoca la analogía entre su vida y muerte y la vida y la muerte de Jesús. Y muy recientemente, la excelente contribución de Juan Ángel Gutiérrez Rodríguez, Martin Luther King, Jr. Resistencia y Lucha (San Juan: pOeMa, 2021), que compila, conjuga y examina de forma excepcional decenas de sus sustanciales, atractivas y fascinantes reflexiones sobre los principales escritos de King.

Y nunca olvidemos que el utópico sueño de Martin Luther King, hijo, de superar el prejuicio racial, la drástica y absurda desigualdad socio-económica y las guerras imperiales contra los países del tercer mundo, aún perdura en nuestras mentes y corazones…

“Hemos aprendido a ver los grandes acontecimientos de la historia mundial desde abajo, desde la perspectiva de los marginados, los sospechosos, los maltratados, los impotentes, los oprimidos, los vilipendiados; en resumen, desde la perspectiva de los que sufren. ” 

Dietrich Bonhoeffer

Cartas y papeles desde la prisión (2000)