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Resumen:
A través de un recorrido panorámico de tres tiempos históricos, la autora de este artículo pretende inquietar a quien lee proponiendo una visión diferente, viva y activa del acto de la Cena del Señor. Esta propuesta presenta la Mesa como lugar de encuentro, restauración y perdón accesible a todos y todas que deciden creer, para superar la ritualidad de la ordenanza. Dicho recorrido más que una navegación profunda, procura con intencionalidad promover un acercamiento comunitario y restaurador a la Mesa por medio del significado de dicho acto para quienes participan, sabiendo que es Jesús quien invita. Para de esta manera lograr rescatar de aquellos primeros siglos el sentido comunal, gregario, inclusivo y libertador de la mesa del Señor.
La Cena del Señor como lugar de restauración Un análisis en tres tiempos que nos facilita esta visión
Todo creyente puede estar de acuerdo que la Cena del Señor encierra en su celebración el pasado, presente y futuro de la obra salvífica y redentora de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, no debe ser sorpresa el hecho de que la Iglesia universal de Cristo tenga como una de sus misiones principales mantener viva la memoria de la vida, muerte y resurrección de Jesús a través de la proclamación del Evangelio y el acto memorial de dichos hechos por medio de lo que conocemos como la Santa Cena. Con esto en mente, la primera tarea de la Iglesia debería ser precisamente celebrar con alegría el don de la acción salvífica de Dios en la humanidad, realizada a través de la muerte y la resurrección de Cristo. Esta identidad encontrada en la mesa de la Santa Cena es un binomio del recuerdo y la acción de gracias de todo creyente. Recuerdo de Cristo que supone una aceptación del sentido de su vida: la entrega total a los demás como un acto de redención para restauración de la humanidad. Acción de gracias que sin merecerlos se entrego por amor para salvación de la humanidad.
A pesar de los múltiples acercamientos al quehacer de la Santa Cena, la universalidad de dicho acto es parte de nuestra identidad cristiana. Este escrito propone un acercamiento a la Mesa del Señor como un acto que va más allá del rito y se inserta en la vida de todo quien ha decidido creer en que su entrega en la cruz fue un acto de restauración. Para sostener dicha propuesta, nos acercamos a lo que ha significado la Cena del Señor en tres tiempos históricos, en donde en cada uno se reconoce con acción de gracias el amor de Dios que se revela en esos acontecimientos.1
A. Primeros años de Iglesia:
Todas las veces, el sacrifico está
Durante los primeros años de la Iglesia en donde se profesaba que Jesucristo fue el cumplimiento de la profecía mesiánica, la celebración de la Pascua tomó un nuevo significado en la cena de Jesús, tomando esta un lugar de mayor importancia entre los cristianos puesto que vieron en Su sacrificio el verdadero acto libertador de lo viejo y lo nuevo. En ese transitar, durante el primer milenio en la historia de la Iglesia nunca se experimentaron controversias ni cuestionamientos en cuanto al significado de la eucaristía como presencia real del sacrificio del cuerpo de Jesús en ella.2 Inclusive desde muy temprano, durante los primeros años de la iglesia se estableció que todo tipo de sacramento, incluyendo la eucaristía, era un rito divino del cual a través de su administración la Gracia, perdón y salvación de Dios era obtenida.3
Durante muchos siglos, los cristianos han visto en la eucaristía el sacramento a través el cual reciben el perdón. Por esto y en ánimos de mantener vivo la memoria del sacrificio hecho por Jesús al momento de entregar su cuerpo a muerte como símbolo de su amor, es que los primeros padres de la Iglesia fueron muy celosos en establecer que la presencia física de Jesús en el pan y en el vino, ocurría todas las veces que se daba la eucaristía. Los primeros “padres de la Iglesia” le dieron el nombre de transubstanciación a este acontecimiento, que validaba la presencia real del “cuerpo de Cristo” en cada celebración de la comunión.4 Para los patriarcas de la Iglesia cristiana el acto de la eucaristía era en todo su entorno un sacrificio, tanto de alabanza como de acción de gracias.
De hecho, podemos encontrar enunciaciones de algunos patriarcas de aquellos tiempos que afirman la postura de que en todo momento que se hace el acto de la eucaristía, la presencia real de Jesús, en su dimensión física, siempre está. Por ejemplo, Juan de Damasco afirmó este misterio expresando que cuando el Espíritu Santo cae sobre los elementos del pan y el vino, este causa que los mismos se conviertan en el cuerpo y sangre de Cristo.5 Por otro lado, Cirilo de Jerusalén en el siglo IV expresó que al igual que Jesús tuvo el poder de transformar el agua en vino durante las bodas de Canaán, de esta manera su poder hace que tanto el pan como el vino se transformen en su cuerpo y su sangre, cada vez que la eucaristía era realizada.6
No fue hasta el siglo XI que se dan los primeros cuestionamientos al hecho de la transubstanciación por parte de Pascasius Radbertus en donde este cuestiona la transubstanciación como una acción que se llevaba a cabo como “orden de la Iglesia” y no como un acto real de Fe.7 Esto fue así hasta los tiempos de la reforma, en donde sí se levantaron voces lo suficientemente fuertes como para crear los primeros cambios a lo establecido por la iglesia institucionalizada, entre ellos al acercamiento que se le daba al acto de la eucaristía.
B. La reforma protestante y el sacramento de la eucaristía:
Las palabras no son suficiente
Tiempo más tarde de que Lutero plasmara sus 95 tesis en las puertas de la Iglesia del Palacio de Wittenberg, continuaron surgiendo pensamientos que no hicieron otra cosa que retar el status quo que hasta ese momento establecía la Iglesia institucionalizada. La eucaristía no estuvo exenta de estas discusiones. Para comenzar, las iglesias reformadas redujeron a dos los sacramentos a oficiarse, siendo estos el bautismo y la Cena del Señor, como celebraciones inminentes en la vida del cristiano.8 En el caso de la eucaristía, mientras que la Iglesia Católica Romana a través de los tiempos había establecido que las palabras en el momento de la comunión eran sumamente importantes, los reformadores respondieron ante esta postura con un rotundo no.
Los primeros reformadores levantaron su voz y establecieron que esto no era suficiente. El hecho de pronunciar “esto es mi cuerpo” no constituía un poder absoluto para sacramentar el rito de la comunión, como lo habían establecido los primeros padres de la Iglesia.9 Calvino lo expresó claramente cuando dijo: hemos de entender la palabra no como algo que se susurra sin sentido ni fe, como si fuese algo mágico o algo que contiene el poder para consagrar el pan y el vino. Sino que la Palabra de Dios, al ser predicada, nos hace entender lo que significa el símbolo visible del pan y el vino.10
De igual manera los reformadores establecieron que el sacrificio de Jesús fue hecho una sola vez, en la cruz del calvario, y que no existía tal cosa como el sacrificio continuo del cuerpo de Jesús en cada acto de la comunión. Esta postura se consideró una libertadora para el pueblo, pues hizo accesible tanto el pan como el vino a toda la comunidad de creyentes. Hasta esos tiempos, los sacerdotes eran los únicos que tomaban del vino, entendiendo que al pronunciar las palabras “este es mi cuerpo” provocaban la transubstanciación, pero ahora ante esta visión reformada los elementos eran accesibles a todos.
A partir de entonces se comienza a recobrar el sentido comunitario de la comunión, tal y como fue en los tiempos de Jesús, representado en el compartir e la mesa durante la Pascua. Mientras Lutero establecía que el cuerpo de Cristo, al ser ubicuo, si estaba en el pan y en el vino de una manera universal; Zwinglio declaró que dicha presencia de Jesús era solo simbólica, como un recordatorio de la muerte y resurrección de Jesús.11 Ahora bien, algo si quedó muy presente de nuestros reformadores, y esto fue que el acto de la eucaristía dejó de ser cada vez menos una representación del sacrificio de Jesús, y más un acto memorial y comunitario de los hechos de Jesús.
C. Tiempos de la modernidad:
Los de la liberación, los de la inclusión
La mesa de Jesús nos da el espacio de recordar la entrega del Hijo de Dios para la reconciliación del mundo. Mediante la actualización de la pasión de Cristo por medio de la palabra y de los sacramentos se suscita la fe, y precisamente la fe en Dios, ante cual el creyente debe su libertad a Cristo.12 Por esto es que desde la teología de la liberación la Santa Cena, no tan solo habla de un sacrificio libertador, sino de una comunión fraternal. “Hacer memoria” de Cristo es más que realizar un acto cultural: es aceptar vivir bajo el signo de la Cruz y en la esperanza de la Resurrección. En la Cena del Señor revela la intencionalidad de parte de Dios para con la vida del ser humano – que sea una vida plena que se comparta mutuamente con el prójimo en amor.13
A pesar de las muchas diferencias, algo siempre ha permanecido unánime entre las diferentes tradiciones cristianas, y esto es que la celebración de la Santa Cena simboliza ese vínculo de unidad entre Dios y los cristianos.14 Como lideres eclesiásticos se hace relevante que no tan solo conozcamos su historia y significado, sino que podamos contextualizarlo al aquí y ahora para darle sentido al contenido dentro de los escenarios que nos ha tocado vivir. Es en el acto de la Santa Cena los hombres y mujeres pueden encontrar a Dios a través de su propia historia, para convertirse entonces en la revelación eficaz del llamado a la comunión con Dios en unión a toda la humanidad.15 Es por esto que la cena no debe limitarse a una relación vertical con el Señor -es decir Dios y yo, Dios y tú, Dios y nosotros- sino a una relación horizontal en donde la Mesa de Jesús también tenga que ver con cómo todos somos uno entre iguales y con la creación.
¡Ciertamente estamos ante un gran reto! ¿Cómo haremos relevante en la vida del creyente “de a pie” la memoria de Jesús a través del acto de la Cena del Señor? Podemos comenzar afirmando que los elementos son símbolos de una realidad salvífica en donde el pan representa el cuerpo de Cristo, molido, clavado y resucitado; mientras que el vino representa la sangre de Cristo, derramada por todos los creyentes, la cual nos lava y limpia de todo pecado.16 Ante esa afirmación se nos hace crucial encontrar un equilibrio entre la izquierda y la derecha para desarrollar creyentes con raíces afianzadas en el Evangelio de Jesús, el significado de su sacrificio y conocedores del Cristo que les invita a hacer memoria de Él, a través de la participación de la Cena que El mismo estableció.
Teniendo este recorrido cronológico, dejémonos guiar por las voces que nos preceden, para intentar transformar la mesa de Jesús y poderla presentar como un lugar de restauración. ‘En Memoria de Mí’; debe entonces trascender de ser una mera pronunciación del versículo 19 del evangelio de Lucas, para convertirse en una acción reiterada que busca establecer el rostro de Cristo en todo nuestro quehacer ministerial. Busquemos lograr la madurez espiritual anclada en Jesús, con lentes de Jesús, que nos permita hacernos sensibles a las realidades sociales, comunales y congregacionales que vivimos; como lo hizo Jesús. Que podamos presentar mesa del Señor como alternativa salvífica que reivindica a todo ser humano que se acerca en fe para ser transformado.
Presentemos la Cena del Señor desde una mesa que se presenta como experiencia real y verdadera de un Jesús que acompaña, restaura, levanta y conforta; atreviéndonos a transformar el acto de la Santa Cena en un evento que va más allá del rito y se convierte en experiencia que celebra a un Dios vivo, que al resucitar nos otorga la promesa de una vida plena. Vida a la cual todo ser humano debería tener acceso y derecho. Tengamos la apertura que la historia venidera de la comunión puede trascender y convertirse en el lugar de reunión para aquellos que creyendo necesitan recordar y atesorar en sus memorias a un Jesús que les sostiene en cualquier etapa de la vida. De un Jesús, que regresará por su pueblo y al cual todos deberíamos tener acceso.
Afirmemos el sentido comunal, gregario, inclusivo y libertador de la mesa del Señor. Permitamos que aquellos que con un corazón dispuesto se acercan a la Mesa, encuentren en ella un lugar de oasis en donde puedan no tan solo hacer memoria de Jesús, sino reforzar sus relaciones con Él, siendo fortalecidos, redimidos y transformados las veces que sea necesario.
La propuesta para su pueblo; hagamos memoria de Él, de un Jesús que caminó, alcanzó, perdonó, transformó, enseñó y redimió a todo aquel que se le acercaba. Rescatemos ese significado restaurador de la Cena como la invitación de Jesús a su mesa como oferta de perdón, comunión, inclusión. A los discípulos y discípulas que se peleaban por un lugar de preferencia, a los Pedros que le negarían y a los Judas que lo vendería, que también tuvieron su espacio en la Mesa. Presentemos la Mesa del Señor como oportunidad de arrepentimiento y perdón para todos.
De esta manera, la Santa Cena podría ser liberada del mero rito y convertirse en el ancla de una red de solidaridad que nace desde la mesa hacia la sociedad. Algo que puede resultar insólito para estos tiempos en donde la construcción social solo nos presenta relaciones verticales y de poder; pero que se hace necesario. Sin tener todas las contestaciones, afirmo que la mesa de la comunión debe ser una comunitaria que logre alcanzar a toda la comunidad de creyentes, independiente de su condición, para continuar liberando. Por tanto, no tan solo hagamos memoria de Jesús, sino vivamos acorde a la misma. ¡Que así nos ayude Dios!
1 Gustavo Gutiérrez, Teología de la Liberación (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1975), 323.
2 John Reumann, The Supper of the Lord (Philadelphia: Fortress Press, 1985), 55.
3 Daniel L. Migliore, Faith Seeking Understanding (Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans Publishing Company, 1991), 292.
4 Xabier Basurko, Para comprender la eucaristía (Navarra: EVD, 1997), 184.
5 Alister E. McGrath, An Introduction to Christian Theology (Oxford: Blackwell Publishers, 1994), 510.
6Ibid., 510.
7 John Reumann, The Supper of the Lord (Philadelphia: Fortress Press, 1985), 55.
8 Daniel L. Migliore, Faith Seeking Understanding (Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans Publishing Company, 1991), 292.
9 Justo L. González. Breve Historia de las Doctrinas Cristianas. (Nashville: Abingdon Press, 2007), 176.
10 Justo L. González. Breve Historia de las Doctrinas Cristianas. (Nashville: Abingdon Press, 2007), 176.
11 Ibid, 186.
12 Elisabeth Moltmann Wendel y Jurgen Moltmann, Hablar de Dios como mujer y como hombre, traducido por José M. Hernández. (Madrid: PPC Editorial, 1991), 38.
13 Daniel L. Migliore, Faith Seeking Understanding (Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans Publishing Company, 1991), 305.
14 Justo L. González. Breve Historia de las Doctrinas Cristianas. (Nashville: Abingdon Press, 2007), 184.
15 Gustavo Gutiérrez, Teología de la Liberación (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1975), 329.
16 Gustavo Gutiérrez, Teología de la Liberación (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1975), 57.
BIBLIOGRAFIA
Basurko, Xabier. Para comprender la eucaristía. Navarra: EVD, 1997.
González, Justo L. Breve Historia de las Doctrinas Cristianas. Nashville: Abingdon Press, 2007. Gutiérrez, Gustavo. Teología de la Liberación. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1975.
McGrath, Alister E. Christian Theology An Introduction. Oxford: Blackwell Publishers, 1997.
Migliore, Daniel L. Faith Seeking Understanding. Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans
Publishing Company, 1991.
Moltmann Wendel, Elisabeth y Jurgen Moltmann. Hablar de Dios como mujer y como hombre.
Traducido por José M. Hernández. Madrid: PPC Editorial, 1991.
Reumann, John. The Supper of the Lord. Philadelphia: Fortress Press, 1985.
Schussler Fiorenza, Elisabeth. En Memoria de Ella: Una reconstrucción teológico-feminista de los orígenes del cristianismo. Bilbao: Desclee De Brouwer, 1989.